Gallego: “Sombra de lateiro, fungos da muña no abeiro”
Español:
“Sombra de pino joven , níscalos a su alrededor"
Resulta fascinante adentrarse una mañana o tarde de otoño en un bosque gallego. Piedras vestidas del verde aterciopelado del musgo, el aroma a tierra húmeda y una alfombra multicolor de hojas bajo tus pies. Pero la belleza del entorno no debe despistarnos; de entre la densa capa que tapiza el bosque surge todo un universo de vida, líquenes, hongos... y setas, las auténticas perlas que guardan los montes. Galicia es tierra de setas y hongos. Sus bosques
autóctonos de castaños, robles y pinares albergan una gran cantidad de
variedades de cogumelos (setas en gallego) y uno de los motivos por los
que estos productos no gozan de tanta popularidad en nuestra tierra como en el
caso de Cataluña o País Vasco, es porque desde la antigüedad las
setas han sido vistas como algo peligroso, casi demoníaco. No en vano, los
antiguos druidas celtas y más recientemente las curanderas de los pueblos
(meigas, en gallego) las empleaban en diversos remedios y recetas, y parece ser que la
Iglesia, enterada de las potencialidades de estos regalos del bosque, se afanó
en satanizar su recolección y consumo a
lo largo de los siglos, “no fuera a ser que los fieles perdieran el sentido
común por su consumo y renegaran de las enseñanzas cristianas".

Hoy en día, y gracias al saber hacer y la divulgación por
parte de las sociedades micológicas y la
información disponible en un mundo mucho más globalizado, los gallegos han
vuelto a mirar hacia sus bosques, recuperando algunos saberes y costumbres que
habían sido relegadas al olvido. Los boletus (andoas en gallego), rebozuelos (chantarela), angulas del monte (trompeta amarela), macrolepiotas (cogordos) o níscalos (latouro,
fungo da muña) han vuelto a las mesas y a las cestas de los recolectores
gallegos. Y lo han hecho para quedarse.
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Boletus |
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Rebozuelos |
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Angula del monte |
Cómo conservar
setas